EL PINTOR NOCTURNO: Conversaciones con Juan Castañeda
Synopsis
Según consta en su acta de nacimiento, Arnulfo Castañeda nació en 1942, en la ciudad de Aguascalientes. Incierto tiempo después pasaría a ser conocido como Juan Castañeda, producto del sobrenombre que Arnulfo recibió en su infancia y que lo invistió para siempre. En la actualidad, al menos en el mundo artístico aguascalentense, cuando alguien dice Juan, es claro a quién se refiere. Pocos conocen que los padres de Castañeda decidieron llamarle Arnulfo, y si lo supieran, nadie le llamaría así, sino Juan, que debe ser uno de los nombres más comunes de la lengua castellana. Lo ordinario en él está en el nombre, no en su trabajo, pues tiene dos cualidades que, para este tiempo, aliado con la celeridad, lo vuelven extraordinario: conversar y compartir.
Si tenemos en cuenta a los personajes de la cultura nacional que han transformado, en sus localidades, el arte y su comprensión, Juan Castañeda es uno de los protagonistas del arte mexicano, al menos por dos razones: primero, porque desde su faceta como director del Centro de Artes Visuales de Aguascalientes, supo diseminar, entre sus estudiantes, la tradición de la plástica mexicana y hacerla dialogar con el arte de su tiempo; segundo, porque permitió que el arte contemporáneo, en Aguascalientes, tuviera un espacio para su concreción. En suma, Castañeda avivó una forma de hacer sentir el presente a una comunidad artística atada a su pasado. Si existen símiles en cada región del país, diría que, en esa hidra, Castañeda es una de las 32 cabezas que impulsaron el arte mexicano contemporáneo. En caso de que alguien comparta mi opinión, sabrá que la prueba de ello no son los frutos, que son las obras que actualmente tenemos, sino las raíces, que son las ideas o, como le gusta llamarlas a Castañeda, provocaciones.
La intención ha sido explorar las distintas etapas de Juan Castañeda como artista y gestor cultural, aunque más, mucho más, de lo segundo que de lo primero. Todo ello se puede leer, en orden cronológico, en los capítulos que siguen. Aun así, me gustaría comentar, brevemente, qué más se puede encontrar en cada uno. En el primero, Castañeda hace ver que el corazón de su vida está en sus ojos, mejor dicho, en la vista. Debido a la falta de una palabra que lo refiera, se dice veedor.
El segundo capítulo es donde encontramos al Castañeda más entusiasta. Aunque no lo diga, lo sugiere: está enamorado de La Esmeralda y de lo que supuso su paso por esa institución: conocer a su maestro, Messeguer; a la artista, Elva Garma, quien a la sazón sería su esposa; a varios de sus amigos y, sobre todo, al arte que, de otro modo, difícilmente hubiera podido conocer en Aguascalientes.
Los años que corren por la tercera conversación van desde su egreso de La Esmeralda hasta la invitación que le hizo Víctor Sandoval, en 1977, a través de Hilda Campillo, para dirigir el Centro de Artes Visuales (cav). La Esmeralda graduaba a un conjunto de sus egresados como pintores nocturnos. He dicho graduaba, porque, en sentido estricto, La Esmeralda no otorgaba certificados de la Secretaría de Educación Pública que validaran los cursos a nivel licenciatura. Eso llegaría hasta 1984. De modo que Castañeda, para La Esmeralda, es un pintor nocturno, que eventualmente fue profesor diurno y replicó lo que Messeguer hacía con sus estudiantes: compartir el conocimiento cultural, criticar el arte, estar al tanto del presente artístico y fomentar la visita a galerías y museos.
En un viaje, el destino es una decisión; el origen, un accidente. Aunque es igualmente cierto decir lo contrario: el destino es un accidente; el origen, una decisión. En cualquier caso, entre origen y destino hay un camino que es producto de ambos impostores: el azar. Éste quiso que Juan Castañeda regresara a Aguascalientes, en 1977, para encabezar un nuevo proyecto del autor de Fraguas: el Centro de Artes Visuales (cav).
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