Iris Rivero, autora de la novela, la dedica, en una especie de canto, a las “sacerdotisas, curanderas […] brujas”; alude a las civilizaciones antiguas que, bajo diferentes nombres, veneraban a la Diosa de tres rostros: doncella, madre y harpía. Éstas erigieron templos en nombre de la Diosa: la veneraron, le rezaron, se cobijaron en su regazo, hasta que fueron derrumbados y la Diosa fue sustituida por un dios cristiano sediento de sangre y poder. “Pero nosotras somos el último bastión del Pueblo Antiguo, del poder que gobernó la tierra durante una época remota, cuando los Ancestrales, que ahora yacen bajo tierra, habitaron el mundo”. Fuimos diosas y ahora no somos más que un mito.
El tejido intertextual que se encuentra en la novela afirma la existencia de la diosa Hécate y de un linaje matrilineal de brujas; en el caso de la novela, la dinastía Moray, integrada por Vivian, madre de Elizabeth y Katherine, y Amaris Moray, la protagonista. La novela inicia en 1720, pero la llegada del clan sería en 1520, quienes huían de Escocia, del dios cristiano y de la caza de brujas. Esles, Santa María de Cayón, Cantabria,1 fue el punto de llegada escogido porque era un poblado pequeño situado en medio de un exuberante bosque, en el que, a través del crujido de las ramas de los árboles y los ruidos del viento, era posible escuchar el bramido del dios cabrío, la voz del bosque, y porque los vestigios ancestrales de la sangre ofrendada a la Diosa madre Hécate eran percibidos por criaturas como ellas. Hécate es la divinidad que preside la magia y los hechizos. Está ligada al mundo de las sombras. Se aparece a las brujas en forma de distintos animales, como yegua, perra, loba. Preside las encrucijadas o lugares por excelencia de la magia. Sus estatuas o imágenes expresan a la triple Diosa en sus tres edades: doncella, madre y anciana. Estas estatuas eran muy abundantes, antiguamente, en los cruces de caminos, en los campos y en lugares como Esles de Cayón.
La novela se construye como una respuesta que reivindica a las brujas, no en el sentido de negar su existencia, sino en el de afirmarse desde un cuerpo sexuado femenino. Es contradiscursiva a lo señalado por el Malleus Maleficarum y los inquisidores dominicos, quienes afirmaban la existencia de las brujas, construidas desde sus temores misóginos, incluso fantasías. En esta historia, humanos, animales y espíritus se confunden y coexisten: humanos que se convierten en animales y viceversa; brujas que cohabitan con humanos pero se niegan a tener a sus hijos para no debilitar su especie; brujas que desean y que no son castigadas.
Pisada de bruja es un tejido fino de lo señalado por los frailes dominicos y lo expresado por las brujas en un diálogo intersubjetivo con la escritora. Iris Rivero no niega las leyendas misóginas en torno a las brujas, pero las resignifica desde un cuerpo y una conciencia sexuada de mujer, en un profundo y comprometido acompañamiento sororal. En la novela, las brujas lo realizan desde la transgresión, pero tal como sería un mundo donde las mujeres no tuvieran que quedar al margen del orden social por cumplir con un destino autoelegido.
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